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Willmer Poleo Zerpa | ÚN.- Ni siquiera la tía Felipa, quien tiene fama de saberlo todo, me supo explicar cómo fue que las autoridades tardaron tanto para iniciar una cacería dirigida a capturar a Luis Alfredo Aizpúrua Briceño, uno de los delincuentes más temidos u odiados, no solo de Maracaibo sino también de Santa Rita y San Francisco, tres de los municipios principales del estado Zulia.

Y no es para menos; dicen los entendidos que el Luis Alfredo no solo le metía a los asesinatos por encargo, sino que también era un ladrón consagrado y hasta extorsionaba. Precisamente por estas cualidades nefastas fue que lo expulsaron en 2012 de la policía estadal, donde se desempeñaba como agente motorizado. Tras abandonar la policía uniformada fue reclutado por el hampa organizada e ingresó a las filas de un temible delincuente conocido como “Luis Cuchillo”.

Primero fue utilizado para dirigir una cadena de asaltos y, posteriormente, aprovechando su sangre fría y su experiencia, lo usaron para extorsionar a comerciantes y empresarios. Hasta que finalmente le asignaron la responsabilidad de ser el sicario número uno de la organización y al que le encomendaban los casos que pintaban como difíciles, bien porque se trataba de meterse en una zona roja para cometerlo, o en pleno centro de la ciudad. Aunque en los últimos meses le habían encomendado puras ejecuciones de personas vinculadas con sindicatos, que eran mandados a eliminar por las mafias, sobre todo de la construcción, en la región. Hay quienes calculan que su lista macabra de víctimas pudiera alcanzar la veintena.

Se comenta en los bajos fondos que en una ocasión, Luis Aizpúrua participó junto a varios de sus compinches en el robo de una nómina de una construcción de más de 300 millones en el municipio Santa Rita, y que una vez que habían cometido el asalto y se habían apoderado del dinero, le disparó a uno de sus compinches, identificado como Erwin Soto, en la cara, quien salvó la vida de puro milagro pero quedó paralítico.

Persecución. Uno de los agentes venía comiéndose una hamburguesa cuando lo vio en la entrada del barrio Sur América a bordo de una motocicleta Kawasaki negra y sin placas, como si estuviera esperando a alguien, o vigilando, quizás. De inmediato lo reconoció, pues estuvo con él en Polisur. Soltó lo que le quedaba de la hamburguesa y sacó su arma de fuego, al tiempo que ordenó a su compañero que se acercara.

El joven que estaba en la moto los miró de reojo y de improviso salió a gran velocidad, aprovechándose del factor sorpresa. Cuando los policías reaccionaron, ya aquel hombre había llegado a la esquina. Se inició la persecución a la cual se unieron otros dos patrulleros.

Hubo un momento en que estaban a punto de alcanzarlo, e incluso le realizaron varios disparos, pero el motorizado también sacó su arma, una pistola nueve milímetros y les respondió para luego, con gran destreza, internarse por una calle de tierra. Pero cuando ya creía que había logrado evadir la acción policial se le aparecieron de nuevo dos patrullas y continuó la persecución. Lo malo fue que las dos patrullas colisionaron; ahora sí que era inevitable la huida, o por lo menos eso es lo que pensaba Luis Alfredo en ese momento.

El hombre continuó en su motocicleta sorteando obstáculos, y cuando apenas tomó la avenida principal se topó casi de frente con los primeros uniformados que habían comenzado a perseguirlo. Se detuvo un instante, y sin pensarlo dos veces les arrojó una granada que llevaba consigo y luego aceleró de nuevo la moto.

Afortunadamente la granada no estalló, lo que les permitió a los uniformados continuar la persecución. Hubo otro intercambio de disparos, y cuando intentaba girar en una curva, ya en el municipio Maracaibo, perdió el control y se estrelló contra una pared. Aún así logró levantarse del piso, y pistola en mano intentó internarse en un barrio, pero antes se volteó y enfrentó de nuevo a sus perseguidores, quienes respondieron al fuego y lograron herirlo en varias partes del cuerpo. Las heridas eran mortales, pero aún así lo cargaron, lo metieron en la patrulla y lo llevaron hasta el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) El Pinar, pero ingresó sin signos vitales.

Macabro el historial. Me cuenta la tía Felipa que en una ocasión tuvo la oportunidad de escuchar a varios jefes policiales del estado Zulia hablando de Luis Alfredo y que narraban sus crímenes como quien le cuenta a un amigo cuáles barajitas tiene y cuáles no del nuevo álbum que estaba de moda.

Escuchó Felipa que había sido contratado para acabar con la familia Villasmil Soto y que nadie sabía la razón. Le achacaban la muerte de los sindicalistas Ángel de Jesús Villasmil Soto, de sesenta y tres años de edad, asesinado en la calle 22 con avenida 10 del barrio San Luis de San Francisco en julio de 2014, y de Ciro Ángel Soto Soto, de setenta años de edad. A este último lo mató en el barrio San Luis de San Francisco

Otro de los Villasmil asesinado por Luis Alfredo fue Hernán José Villasmil Sánchez, de treinta años, a quien acribilló a tiros en la Circunvalación Uno junto con el taxista José Gregorio Núñez Contreras, de treinta y seis años, el 23 de septiembre de 2014 y, por último, acabó con la vida de Ángel de Jesús Villasmil Meleán, de cuarenta y ocho años de edad, a quien sorprendió el pasado 12 de marzo.

También comentaron que había ultimado a una anciana en el sector La Pastora en 2013.

Otro de los uniformados dijo que también lo investigaban por un triple crimen ocurrido en Cerros de Marín, ocurrido el 23 de abril de 2013, fecha en la que murieron dos hombres y una mujer. Igualmente mencionaron que el ex policía fue denunciado por la familia de su ex pareja el 18 de diciembre de 2013 por atentar contra sus vidas.

“Si la policía hubiese actuado a tiempo, muchos de nuestros parientes y otros tantos inocentes aún estarían con vida. Lo más triste, lo peor, es que era ampliamente conocido por casi todos los policías de la región”, dijo un pariente de los Villasmil Soto tras enterarse de que finalmente había resultado abatido.

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